Proteger nuestra piel de los rayos solares
La piel es el órgano más extenso de nuestro cuerpo y está compuesta por diferentes capas de tejido y células, entre las que se encuentran los “melanocitos”, encargadas de fabricar un pigmento protector contra los rayos solares, conocido como melanina, que además da el característico color moreno a nuestra piel.
La piel, como primera barrera defensiva de nuestro cuerpo, evita la entrada de microorganismos, repele el agua y nos protege de las radiaciones, entre otras funciones importantes. Esto no implica que sea infalible, sobre todo en los meses de verano, donde la mayor incidencia de radiación se produce en la franja horaria que va desde las 12 horas del mediodía hasta las 17 horas de la tarde.
Cada persona tiene un tipo de piel más o menos sensible a la exposición solar, lo que no quiere decir que no sea necesaria la protección solar: todos necesitamos un factor determinado de protección si queremos evitar quemaduras de primer grado, manchas, pecas, deshidratación, melanomas o envejecimiento prematuro.
Las células de la piel tienen memoria, guardan los daños producidos a lo largo de nuestra vida favoreciendo la producción de cáncer de piel. Según SEOM (Sociedad Española de Oncología Médica), unas 220.000 personas serán diagnosticadas en España de cáncer de piel en el 2015.
Con estos datos todos debemos ser conscientes del peligro que entraña tomar el sol sin la protección adecuada. Las cremas, geles, aerosoles y demás fórmulas que existen en el mercado, ofrecen una gran variedad de factores de protección contra los rayos UVA y UVB.
¿Qué indica el factor de protección? Éste factor indica el número de veces (minutos) de exposición según tu sensibilidad dérmica. Por ejemplo un factor 20 (en una persona que a los 10 minutos ya empieza a enrojecerse su piel) multiplicará esos 10 minutos por 20, siendo el resultado de unos 200 minutos (es decir, 3 horas y 20 minutos) el tiempo que estará protegido.
También es importante recordar que el protector se ha de colocar como mínimo media hora antes de la exposición e ir renovando cada cierto tiempo para mantener una capa constante protectora. Los protectores pierden factor de un año para otro, así que es aconsejable no dejar restos de crema para otros veranos.
Los rayos solares también penetran a través de la nubes, cristales e incluso por la ropa. Así pues, toda precaución es poca cuando se trata de proteger nuestra piel en verano. La hidratación es básica: externamente con cremas o leches corporales; internamente con la ingesta de agua y zumos de fruta.
Una piel bronceada con precaución es una piel más bonita y tersa, con una coloración más duradera; en definitiva más sana, lo que acabará notándose con el paso de los años en forma de menos arrugas y manchas.
Tampoco olvidemos proteger nuestros ojos con unas buenas gafas solares, con filtros de categoría 3 o 4 (la numeración de los filtros va del 0 al 4), en función de si estamos en la playa o en alta montaña.